Cuando se habla de feminismo,
algo en lo que todo el mundo coincidimos es en que, cuando te metes en esto, ya
no puedes salir, ya no hay marcha atrás. Cosas que antes te parecían normales o
te pasaban desapercibidas ahora te escandalizan
y te llevas las manos a la cabeza preguntándote cómo pueden no verlo los demás.
Cuando, además, se da la circunstancia de que eres docente, no puedes parar de
pensar en qué puedes hacer, en tu día a día en tu aula, en tu centro, para
concienciar y cambiar las cosas.
Vas por la calle y ves un niño que llora porque se ha caído, mientras su padre le dice ‘levántate, no seas nenaza’. Y piensas “qué horror, mañana en clase tengo que comentar esto”. Entras a una papelería y escuchas a la señora de delante pedir ‘un bolígrafo para chica’. “¿Ves? Esto es lo que hablamos ayer en clase”, te dices a ti misma. Te dejan en el buzón una revista de juguetes. La ojeas un poco…”Ahora mismo la meto en la carpeta, que no se me olvide llevármela para que mañana la comentemos”.
Te sientas delante del ordenador.
Abres un documento y anotas una idea. Luego otra, y otra… Lees artículos. Seleccionas
cuentos. Buscas vídeos. Éste sí, este no. Buscas noticias. Entre medio, lees burradas
que te dan ganas de llorar, de tirar la toalla y mandarlo todo a la mierda. Buscas
blogs de docentes para empaparte de ideas y experiencias. Piensas
actividades para cada uno de los niveles. Escoges las palabras, porque el qué
es importante pero, el cómo, también, sobre todo sabiendo que enfrente hay un
público de no más de 12 años.
Y, en el centro, reuniones,
debates, propuestas... Y discusiones. Porque, no lo olvidemos, estamos intentando
cambiar el orden establecido y, eso, hay a quienes no les sienta nada bien. Qué
nos van a contar a nosotras…
Con mucho esfuerzo, se empieza a
llegar a un consenso. Se modifican los documentos, se acuerda cuidar el
lenguaje, cuidar el uso de los patios, se organizan actividades, charlas, etc. En
cualquier conversación o actividad surge la oportunidad de educar en igualdad.
Se convierte en un objetivo primordial del centro. Poco a poco se va logrando la
implicación de todas las partes. Profesorado, alumnado y familias. Día a día,
pasito a pasito.
Es entonces cuando sientes que hay esperanza y que todo esto, que cuesta muchos disgustos, frustraciones y, hasta lágrimas, merece la pena. Sientes que te escuchan, que la sociedad se implica, que estamos educando niños y niñas que se respetan y que están libres de prejuicios. Sientes que se pueden cambiar las cosas y, ¡joder, lo estamos consiguiendo!
Y, justo entonces, es cuando
aparece el señor Ministro de Educación a decir que el maestro que más le marcó en
su vida fue aquel que le dijo a un compañero suyo que “los hombres solo lloran
cuando les deja la novia o cuando se muere su padre”
Olé. Qué bonito. Me ha puesto los pelos de punta, señor ministro. Gracias. Me ha emocionado usted tanto que no me salen las palabras, así que solo diré una cosa más:
¿Los niños no lloran, señor
ministro? Claro que lloran. Y más que van a llorar cuando tengan edad de darse
cuenta de la clase de gobernantes que tenemos…